MI CAMINO DE FE – Vivencias y Testimonios
Por: Amelia María Oliva Guillén.

VIVENCIAS Y TESTIMONIOS
COOPERADORES DE DIOS
MI CAMINO DE FE
Por: Amelia María Oliva Guillén.
Mi camino de fe es un sendero que surge del camino de mi madre, ella supo con su ejemplo de vida enseñarme el valor de la fe Católica, pero no fue sino hasta que ella partió de este mundo que entendí y valoré su legado.
Mi madre, mujer sufrida, valiente y trabajadora, cofrade del Rosario Perpetuo, que no concebía vivir un domingo sin acudir a la Santa Misa, tuvo momentos oscuros en su vida que le hicieron caer, como cuando el vicio que no podía abandonar casi la llevó a la muerte y a pesar de que su confesor le aconsejó que buscara ayuda profesional, ella salió del confesionario directo ante Jesús Sacramentado, le pidió con toda su fe y Él hizo la obra, de ello yo fui testigo.
Allí aprendí que un corazón sincero y humillado ante Jesús Sacramentado obtiene misericordia. También concluí que quien reza el Santo Rosario, aunque transite por la noche más oscura, nunca se perderá.
Mi madre y yo transitamos juntas por terribles momentos y pérdidas familiares dolorosas y consecutivas, pero fue la enfermedad terminal que ella padecía, la que precipitó mi despertar.
Ella se dispuso a pedirle a Dios que la llevara con Él y El Señor en su infinita misericordia, le permitió lucidez para despedirse de este mundo con un nuevo corazón, para perdonar y pedir perdón, para recibir el auxilio de la Iglesia a través del Sacramento de la santa unción de los enfermos y para abandonarse en los brazos de Cristo con total confianza, siendo en todo momento acompañada por María Santísima, nuestra madre, lo que confirmo porque ya moribunda se sentó y entonó tres cantos bellísimos a nuestra Señora, los cuales yo nunca había escuchado.
Mi madre murió con una sonrisa y yo descubrí el poder de la Misericordia de Dios. En medio del dolor, no faltaron los ataques contra mi fe por parte de parientes y amigos lo que lejos de brindarme consuelo me sumía en confusión, pero yo vi cómo Dios siempre fue su consuelo y María Santísima su auxilio y ello me intrigaba.
En medio de mi tristeza, me di cuenta que tenía en mi pecho un corazón de piedra. Entonces recordé el testimonio de mi madre y rogué al Señor me diera un corazón de carne. Me propuse conocer mi fe, empecé a meditar las Horas de la Pasión de Cristo con el apoyo de verdaderas hermanas en la fe. Fue una tormenta en mi vida la que me obligó a rezar el Santo Rosario diariamente, me di cuenta que se puede encontrar en esta práctica espiritual un precioso remanso. Entendí que lejos de Dios nada soy y que la vida Sacramental es indispensable, así que me decidí a hacer una Confesión de vida, tomé la decisión de no faltar a la Santa Misa jamás, con la firme convicción de que no hay tiempo mejor invertido que el que se pasa de rodillas ante Jesús Sacramentado. Ahora puedo decir que, aunque desde que nací soy católica, ahora estoy en el camino de serlo por verdadera convicción. Sé que ello implica una lucha constante, difícil por nuestra naturaleza pecadora, pero no dudo de, que de la mano de María Santísima, Dios nuestro Señor me lo permitirá.